En
el tren histórico de Bogotá a Zipaquirá: Un viaje con mi padre.
Me
siento feliz cada vez que viajo en tren. Llegan a mí recuerdos
preciosos de papá, cuando de niño, yo pasaba días con él en las
estaciones donde trabajaba.
Pasaba
los días explorando las estaciones de tren, escondiéndome en los
vagones vacíos, sentado en la oficina de mi papá o ayudándole con
los inventarios. Me encantaban esos días. Todavía esas memorias
siguen frescas en mi mente.
Al final del día,
cuando llegaba un tren con destino a Plattsburgh, mi papá me ponía
en las manos del conductor para cuidarme.. Mi papá conocía a todos
los empleados y él sabía que yo estaba seguro.
Al
final del día, justo cuando llegaba un tren con destino a
Plattsburgh, mi papá me colocaba en el lugar del conductor. Como él
conocía a todos los empleados, sabía que yo estaba a salvo.
Ya bien en la
locomotora o en algún asiento en los vagones entre/de los pasajeros,
de todos estos momentos, mis favoritos eran cuando andaba (¿de
caminar o estar?) en los cabúses. Siempre que llegaba a casa, mi
mamá estaba esperándome.
Lo
anterior que relato fue hace muchos años. En la actualidad no hay
muchos trenes de pasajeros y dejar que un niño haga lo mismo que yo
hice sería probablemente ilegal. Debido a estas gratas experiencias,
cada vez que tengo la oportunidad de tomar un tren la aprovecho.
De este modo, muy
temprano en la mañana del 14 de marzo, vi a mi amiga Sandra para
tomar juntos el tren histórico de Bogotá a Zipaquirá (un viaje de
50 kilómetros y 9 horas).
Yo supe que el día
sería muy memorable y también sabía que pasaría el día con el
espíritu de mi papá. ¡No me decepcioné! Me sentía lleno de
emoción. Podía sentir la presencia de papá en mí. Estaba muy
contento cuando salimos la estación de ferrocarril de Bogotá a las
8:36.
El
tren se movía muy lento, a no más que 25 kilómetros por hora.
Estaba disfrutando un tren clásico con una antigua locomotora a
vapor y diesel, con vagones de los años 50 y 60 amorosamente
restaurados. Este semejaba a un tren de mi infancia.
Nos movimos
lentamente a través de los vecindarios de la ciudad, pasando “casas”
de madera y lona, mismas que los indigentes han construido. Dentro
del tren yo disfrutaba de un momento de lujo, mientras afuera, los
pobres estaban vivían vidas muy diferentes. ¡Qué pena!
El tren seguía su
viaje lento a través de los suburbios de Bogotá. Pasamos por
campos de vacas, ovejas y jardines llenos de papas. Pasamos por
casas muy modernas y casas hechas de ladrillos, por cierto muy feas y
no del todo acabadas -casas sin color y sin carácter-, en otras
palabras, casas muy similares a muchas de América del Sur donde
existen diferencias gigantes entre ricos y pobres.
Había
una banda papayera a bordo, música típica de Colombia. Los músicos
viajaban hasta Zipaquirá y pasando un cierto tiempo en cada vagón.
Hubo un cumpleaños y me sorprendí al escuchar “Las Mañanitas.”
Pensé que la canción era conocida solamente en México. La banda
cantó tres canciones en cada vagón, música muy similar a la de
“banda” en México. Pude haber escuchado mucho más pero eran
ocho vagones y la banda canta en cada uno de ellos.
El tren siguió
hacía Zipaquirá, una ciudad muy famosa por su antigua mina de sal
donde los mineros en los años 40 construyeron 14 estaciones de la
Cruz y una catedral dentro de una montaña.
Las minas habían
sido usadas desde la época de los Muiscas, los nativos de Colombia
en los años anteriores a la Conquista. Los indígenas habían
explotado las minas, no obstante todavía existen reservas inmensas.
En el corazón de la
montaña fue edificada una catedral al interior (enorme). Se inauguró
en 1954. De la entrada de la mina a la catedral hay una distancia de
500 metros; dentro se albergan 14 capillas de las estaciones de la
cruz. Cada estación fue esculpida en piedra o ha grabada en la
pared de roca.
La catedral está
ubicada a 200 metros bajo la tierra y es una iglesia católica. Más
de 3,000 personas usan la iglesia cada domingo para asistir una misa.
La catedral de Sal
de Zipaquirá es considerada como uno de los logros arquitectónicos
y artísticos más notables de la arquitectura colombiana,
otorgándosele
incluso el título de joya arquitectónica de la modernidad.
La
importancia de la catedral, radica en su valor como patrimonio
cultural, religioso y ambiental.
Las
minas ya tenían tradición de santuario religioso por los mineros
antes de la construcción de la catedral, la cual fue dedicada a
Nueastra Señora
del Rosario
que en la religiosidad católica
es la Patrona de los Mineros.
Cuando
terminamos nuestra visita, tomamos un camión al pueblo de Cajicá, a
15 km de Zipaquirá donde esperaba el tren. Tuvimos tiempo para
tomar fotos y comer un almuerzo típico de Colombia: costillas,
arroz, yuca y banano. Había visitado una panadería más temprano y
cuando salimos del restaurante regresamos para comprar un postre.
Elegí un pudín de guayaba con un merengue encima -lo digo enserio,
¡fue uno de los más deliciosos postres en mi vida!-.
A
las 4:00 abordamos el tren para regresar a Bogotá. La misma banda
que anteriormente tocaba nos entretuvo. Sandra se durmió; yo,
todavía estaba emocionado y un poco
triste porque nuestro día en el tren histórico estaba terminando.
Ya no hay muchos
trenes en las Américas. Han pasado mucho inverneos del día cuando
el autor Americano, Paul Theroux, salió de su casa de Boston en los
años 70, se encaminó a la Estación de Sur, tomó un tren a la
frontera entre México a Panamá y, posteriormente tomó una serie de
trenes de Venezuela a Ushuaia, Argentina. Su libro, La
Trochita, escrito en 1979, es un
clásico del género de la literatura de viaje.
Dos horas más tarde
llegamos a Bogotá. Fue un viaje de 50 km pero, también uno de 60
años en el tiempo. Fue un día maravilloso, en el cual compartí mi
asiento con mi amiga Sandra así como con el espíritu
de mi padre.
Fue un día
excitante, lleno de memorias, emociones, de días pasados. Pero,
sobre todo, un día en el presente, un día para compartir, un nuevo
recuerdo con mi amiga Colombiana.
Al regresar a casa
tuve la sensación de un cansancio, pero se trataba de un cansancio
satisfactorio. Le di gracias a Dios por el día y casi de inmediato
me quedé dormido.
Gracias a Salvadore
L., Carlos C., y Wikipedia
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