Tuesday, March 17, 2015

Colombia: Bella Bogotá y Más Alla

Bogotá, Colombia
12 de marzo de 2015

¡Que par de días! Viajamos un hora fuera de Bogotá cuando partimos hacía los suburbios y entramos al campo del departamento de Boyacá—el departamento más cercana a la capital. Tuve la sensación de estar manejando a traves de la cordillera de Vermont en los Estados Unidos, durante un buen día de verano, pero esta figuraría para mi la única similitud entre mi país de origen y Colombia. Estuvimos en el altiplano de America del Sur, a un altitud de 2,700 metros sobre el nivel del mar y rodeados por montañas que se elevaban a cado lado: valles profundos y verdes se abrian. Largas hileras de eucaliptos forraban los pequeños caminos que daban al principal. Una selección vasta de cactus salpicando el paisaje.

Era una introdución bella a los regiones rurales que tuvieron origenen Bogotá.

Había llegado a Bogotá dos días antes de la ciudad de México. Mi amiga Sandra me encontró a las diez de la manaña del día siguiente. Nos habíamos conocido en Uruguay en 2009 y ahora ella quería mostrarme Colombia y dejarme con una buena impresión de su país.

Pasamos la mañana en el bello jardín botánico (mucho más grande de lo que esperaba). Ya que estábamos en el trópico a una elevación mayor a cuatro grados del ecuador había una variedad asombrosa de plantas. Los jardines estaban llenos de margaritas silvestres, rosas, palmas y aves del paraíso—plantas que no se desarrollan juntas en la mayor parte de los lugares en el mundo. Me impresionó a esa bella ciudad.

Invité a Sandra a comer y conocí así por primara vez la cocina Colombiana sin embargo no me impresionó: carne, y tres carbohidratos: arroz, yuca y banano frito.

Esa tarde visitamos el Museo de Oro—el más grande de su especie en el mundo. En cada sala había una imponente selección de artefactos pre-colombinos; estoy seguro que éstos era representaban solo un ejemplo pequeño que quedó después de que los españoles fundieron el oro que pudieron eoncontrar. ¡Ya pude imaginar lo que no sobrevivió de la Conquista!

Supimos cuando estabámos en el museo hubo, un temblor de 6.6 grados Richter. No lo sentimos (un buen testimonio de la construción del edificio). Supe sobre este evento al recibir dos emails y una llamada de México.

Al salir del museo los padres de Sandra estaban esperándanos. Su papá y yo tuvimos una conversación muy agradable. Me mostró los sitios y edificios antiguos en Candelaria, el centro historico de Bogotá. Fue muy fácil comprenderlo al hablar español. Posiblemente aquella era ya quetenía mucha experiencia hablando con extranjeros cuando trabajaba en Avianca—la aerolínea de Colombia.

Al final del día manejamos hasta al pie de Monseratte, una montaña de 3,152 metros de altura dentro de la ciudad. Tomamos un teleférico a la cumbre. La ciudad brillaba desde abajo. Dando fin de manera espectacular nuestro día en Bogotá.

Estaba cansado per a la vez contento regresé a mi habitación. Apenas tuve tiempo de desempacar cuando ya era tiempo de volver a hacer maletas. Sandra me avisó que estuviera listo a las nueve de la manaña al día siguiente. Ella había tomado cuatro días de vacaciones e íbamos a salir de la ciudad.

Desde un par de semanas antes de salir, había renunciado a ejercer cualquier control de este viaje. Sandra tenía un plan y con solamente seis días en el país era lógico dejarla tomar la batuta. Ella conocía Colombia y sus lugares más importantes.

¡Al final lo logró!

Después de una hora de camino salir de Bogotá la tierra se abrió. Estuvimos a 2,400 metros y aún veíalas montañas levantarse a cada lada del camino. Viendo periódicamente montañas terminaban y convirténdose en valles. Habían granjas pequeñas, con casas hechas de adobe a lo largo muchos kilómetros. Ahora tenía una sensación de que el otoño estaba por llegar. Ese clima era muy confusoo en esta tierra que parecía no tener.

Había vacas por todas las partes. La gente caminaba a lo largo del camino cargando grandes cubos de leche. Carretas de caballos que llevaban cantidades aún más grandes de leche. Estábamos en un lugar con muchas vaquerías y nuestra primera parada era el pueblo de Ubate, “la ciudad de leche.” Sandra detuvo el coche, caminó a una tienda y regresó con un puñado de quesadillos, un queso suave, con un sabor similar al queso del mozzarella, lleno de una pasta dulce de guayaba. ¡Dios mios! Un mordida conviertió en un admirador.

De Ubate manejamos a través de un campo muy, muy hermoso. Vivo en un parte del mundo con cambios estacionales, debo revelar que tuve que acordarme dónde estábamos: en un inicio pensé que trataba de un buen día de verano, después que era un día con en visperas de otoño pero en algunos momentos tuve la sensación que era un día de primavera en el norte de mi país.

Por la tarde, habíamos llegado al pueblo colonial de Chiquinquira, famoso por su Virgen del Rosario. Esta Virgen ha sido considerado la patrona de Colombia desde 1829. Desafortunadamente, la iglesia estaba cerrada porque el temblor del día anterior había dañado la estructura del edificio. Estabábamos decepcionados de perdernos este sitio importante para la historia de Colombia.

Chiquinquira era un buen lugar para tomar un descanso. Paramos en una panadería y compramos pan, sentados en una banca de un parque disfrutamos la luz del sol bajo un cielo azul del altiplano de Colombia. Fue el respiro
perfecto.

Sandra estaba determinaba a darme una buena impresión de Colombia y estaba haciendo un buen trabajo. Era fácil porque Boyoacá era un departamento muy bello.

Después de la comida, manejamos a Raquira, un pueblito famoso por su cerámica de barro. El pueblo emanaba encanto porque las fachadas de sus tiendas pequeñas había sido pintadas en colores terracotta cálidos y brillantes. Los colores eran muy vibrante porque era el final del día y el cálido sol salpicaba contra los frentes de las tiendas.

Fue dificíl irse. Habría estado contento de quedarme aqui por un dia. Era un pueblo encantador y lleno de color local al sol de la tarde. Había gente sentada en las escalaras de las tiendas, parejas agarrándose de las manos y un hombre joven tocando la guitarra.

Así que, nos fuimos. Poco después, Sandra anunció que tenía hambre. Parramos en Sutamarchan y, de nuevo, me puse en sus manos. La dejé ordenar la cena. Estaba empezando a ver una patrón: un plato massivo, lleno de carne—dos tipos de salchichas (¡guácala!), costillas y trozos grandes puerco. También había montón de patatas deliciosas amarillas y pequeñas. Y, de nuevo, más arroz, yuca y bananos fritos.

¡Como deseaba una ensalada!

Cayó la noche y el camino se deterioró. Sandra era ahora una conductora incómida. Villa de Leyva—nuestro destino—estaba a una distancia de más de 20 kilometros. Más de una vez paró el coche para pedir dirreciónes. Sin falta, los Colombians estuvieron educados y amables. Siempre dejaban lo estaban haciendo, acercaban su coche, y señalaban a Sandra la dirección correcta. ¡Quedé muy impresionado!

Los dos estuvimos muy contenos de llegar a nuestro destino. Estaba agradecido de tener una compañera agradable y una forma de transporte. Pagué por un buen hotel que tenía un ambiente colonial.

Esa noche caminamos al cento del pueblo colonial de Villa de Leyva, nos quedamos en la Plaza Mayor y disfrutamos de un helado. Pero me dolía mucho mi rodilla por la caminata de más que 15 kilometros del día anterior. Solo queria dormir.

¡Pero qué día había tenido!: nuevos sitios, nuevos lugares, y lleno del sabor del colonialismo Colombiano. Reflexioné esto brevemente, y sin darme cuenta, me quedé dormido.


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