Bogotá,
Colombia
12
de marzo de 2015
¡Que
par de días! Viajamos un hora fuera de Bogotá cuando partimos
hacía los suburbios y entramos al campo del departamento de
Boyacá—el departamento más cercana a la capital. Tuve la
sensación de estar manejando a traves de la cordillera de Vermont en
los Estados Unidos, durante un buen día de verano, pero esta
figuraría para mi la única similitud entre mi país de origen y
Colombia. Estuvimos en el altiplano de America del Sur, a un altitud
de 2,700 metros sobre el nivel del mar y rodeados por montañas que
se elevaban a cado lado: valles profundos y verdes se abrian.
Largas hileras de eucaliptos forraban los pequeños caminos que daban
al principal. Una selección vasta de cactus salpicando el paisaje.
Era
una introdución bella a los regiones rurales que tuvieron origenen
Bogotá.
Había
llegado a Bogotá dos días antes de la ciudad de México. Mi amiga
Sandra me encontró a las diez de la manaña del día siguiente. Nos
habíamos conocido en Uruguay en 2009 y ahora ella quería mostrarme
Colombia y dejarme con una buena impresión de su país.
Pasamos
la mañana en el bello jardín botánico (mucho más grande de lo que
esperaba). Ya que estábamos en el trópico a una elevación mayor a
cuatro grados del ecuador había una variedad asombrosa de plantas.
Los jardines estaban llenos de margaritas silvestres, rosas, palmas y
aves del paraíso—plantas que no se desarrollan juntas en la mayor
parte de los lugares en el mundo. Me impresionó a esa bella ciudad.
Invité
a Sandra a comer y conocí así por primara vez la cocina Colombiana
sin embargo no me impresionó: carne, y tres carbohidratos: arroz,
yuca y banano frito.
Esa
tarde visitamos el Museo de Oro—el más grande de su especie en el
mundo. En cada sala había una imponente selección de artefactos
pre-colombinos; estoy seguro que éstos era representaban solo un
ejemplo pequeño que quedó después de que los españoles fundieron
el oro que pudieron eoncontrar. ¡Ya pude imaginar lo que no
sobrevivió de la Conquista!
Supimos
cuando estabámos en el museo hubo, un temblor de 6.6 grados Richter.
No lo sentimos (un buen testimonio de la construción del edificio).
Supe sobre este evento al recibir dos emails
y una llamada de México.
Al
salir del museo los padres de Sandra estaban esperándanos. Su papá
y yo tuvimos una conversación muy agradable. Me mostró los sitios
y edificios antiguos en Candelaria, el centro historico de Bogotá.
Fue muy fácil comprenderlo al hablar español. Posiblemente aquella
era ya quetenía mucha experiencia hablando con extranjeros cuando
trabajaba en Avianca—la aerolínea de Colombia.
Al
final del día manejamos hasta al pie de Monseratte, una montaña de
3,152 metros de altura dentro de la ciudad. Tomamos un teleférico a
la cumbre. La ciudad brillaba desde abajo. Dando fin de manera
espectacular nuestro día en Bogotá.
Estaba
cansado per a la vez contento regresé a mi habitación. Apenas tuve
tiempo de desempacar cuando ya era tiempo de volver a hacer maletas.
Sandra me avisó que estuviera listo a las nueve de la manaña al día
siguiente. Ella había tomado cuatro días de
vacaciones e íbamos a salir de la ciudad.
Desde
un par de semanas antes de salir, había renunciado a ejercer
cualquier control de este viaje. Sandra tenía un plan y con
solamente seis días en el país era lógico dejarla tomar la batuta.
Ella conocía Colombia y sus
lugares más importantes.
¡Al
final lo logró!
Después
de una hora de camino salir de Bogotá la tierra se abrió.
Estuvimos a 2,400 metros y aún veíalas montañas levantarse a cada
lada del camino. Viendo periódicamente montañas terminaban y
convirténdose en valles. Habían granjas pequeñas, con casas
hechas de adobe a lo largo muchos kilómetros. Ahora tenía una
sensación de que el otoño estaba por llegar. Ese clima era muy
confusoo en esta tierra que parecía no tener.
Había
vacas por todas las partes. La gente caminaba a lo largo del camino
cargando grandes cubos de leche. Carretas de caballos que llevaban
cantidades aún más grandes de leche. Estábamos en un lugar con
muchas vaquerías y nuestra primera parada era el pueblo de Ubate,
“la ciudad de leche.” Sandra detuvo el coche, caminó a una
tienda y regresó con un puñado de quesadillos, un queso suave, con
un sabor similar al queso del mozzarella, lleno de una pasta dulce de
guayaba. ¡Dios mios! Un mordida conviertió en un admirador.
De
Ubate manejamos a través de un campo muy, muy hermoso. Vivo en un
parte del mundo con cambios estacionales, debo revelar que tuve que
acordarme dónde estábamos: en un inicio pensé que trataba de un
buen día de verano, después que era un día con en visperas de
otoño pero en algunos momentos tuve la sensación que era un día de
primavera en el norte de mi país.
Por
la tarde, habíamos llegado al pueblo colonial de Chiquinquira,
famoso por su Virgen del Rosario. Esta Virgen ha sido considerado la
patrona de Colombia desde 1829. Desafortunadamente, la iglesia
estaba cerrada porque el temblor del día anterior había dañado la
estructura del edificio. Estabábamos decepcionados de perdernos
este sitio importante para la historia de Colombia.
Chiquinquira
era un buen lugar para tomar un descanso. Paramos en una panadería
y compramos pan, sentados en una banca de un parque disfrutamos la
luz del sol bajo un cielo azul del altiplano de Colombia. Fue el
respiro
perfecto.
Sandra
estaba determinaba a darme una buena impresión de Colombia y estaba
haciendo un buen trabajo. Era fácil porque Boyoacá era un
departamento muy bello.
Después
de la comida, manejamos a Raquira, un pueblito famoso por su cerámica
de barro. El pueblo emanaba encanto porque las fachadas de sus
tiendas pequeñas había sido pintadas en colores terracotta cálidos
y brillantes. Los colores eran muy vibrante porque era el final del
día y el cálido sol salpicaba contra los frentes de las tiendas.
Fue
dificíl irse. Habría estado contento de quedarme aqui por un dia.
Era un pueblo encantador y lleno de color local al sol de la tarde.
Había gente sentada en las escalaras de las tiendas, parejas
agarrándose de las manos y un hombre joven tocando la guitarra.
Así
que, nos fuimos. Poco después, Sandra anunció que tenía hambre.
Parramos en Sutamarchan y, de nuevo, me puse en sus manos. La dejé
ordenar la cena. Estaba empezando a ver una patrón: un plato
massivo, lleno de carne—dos tipos de salchichas (¡guácala!),
costillas y trozos grandes puerco. También había montón de
patatas deliciosas amarillas y pequeñas. Y, de nuevo, más arroz,
yuca y bananos fritos.
¡Como
deseaba una ensalada!
Cayó
la noche y el camino se deterioró. Sandra era ahora una conductora
incómida. Villa de Leyva—nuestro destino—estaba a una distancia
de más de 20 kilometros. Más de una vez paró el coche para pedir
dirreciónes. Sin falta, los Colombians estuvieron educados y
amables. Siempre dejaban lo estaban haciendo, acercaban su coche, y
señalaban a Sandra la dirección correcta. ¡Quedé muy
impresionado!
Los
dos estuvimos muy contenos de llegar a nuestro destino. Estaba
agradecido de tener una compañera agradable y una forma de
transporte. Pagué por un buen hotel que tenía un ambiente
colonial.
Esa
noche caminamos al cento del pueblo colonial de Villa de Leyva, nos
quedamos en la Plaza Mayor y disfrutamos de un helado. Pero me dolía
mucho mi rodilla por la caminata de más que 15 kilometros del día
anterior. Solo queria dormir.
¡Pero
qué día había tenido!: nuevos sitios, nuevos lugares, y lleno del
sabor del colonialismo Colombiano. Reflexioné esto brevemente, y
sin darme cuenta, me quedé dormido.
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